Fine Art Galleries: Your Majesty The Queen: Carta Erzsébet Báthory

                                                                15 de Agosto de 1614Llevo casi cuatro años encerrada en esta ínfima prisión, sin entender porqué. Este agujero fue alguna vez mi suntuosa habitación. Casi no me dan de comer ni de beber, pero lo que más falta me hace es la sangre.  Siento que me han quitado el aire, estoy muriendo. ¡Ya no lo soporto!Tengo 54 años, me siento anciana. En estos últimos años de encierro debo haber envejecido al menos veinte años. Era la sangre lo que me mantenía joven y hacía mi piel tersa y hermosa, aparte de darme vitalidad.Nací el 7 de agosto de 1560 en Byrbathor, Transilvania. Pertenezco a una de las familias más antiguas, poderosa y adineradas de este lugar. Mis padres, los condes Ana y Jorge Báthory, eran primos. Mi abuelo materno fue Esteban Báthory de Somlyó y mi  tío materno fue Esteban I Báthory, príncipe de Transilvania y rey polaco entre 1575 y 1586.Hoy en día nada de eso tiene importancia.  Me llamo Erzsébeth Báthory. Poco antes de cumplir 6 años recuerdo que me daban unos ataques extraños que me llevaban al piso a convulsionar.Fui educada con esmero, aprendí a leer y escribir, también, hablo húngaro latín y alemán.Recuerdo claramente la primera vez que presencié un homicidio, era  niña, debo haber tenido unos 9 años más o menos. Estábamos con mi institutriz,  escapé para mirar como ejecutaban a un gitano que por vender a su hijo a los turcos fue condenado a muerte. Los soldados abrieron el vientre de un caballo, introdujeron el hombre en su interior, cosieron la herida, dejando solo la cabeza del gitano por fuera, esto me produjo excitación y un deseo morboso  de mirar como este hombre sufría y agonizaba lentamente.Cuando cumplí 11 años fui prometida a mi primo Ferenc Nádasby quien era un conde muy apuesto. A los doce pasé a residir en el castillo de mi prometido donde vivía mi suegra, Úrsula a quien yo odiaba. Para mis quince, el 8 de mayo de 1575, nos casamos. Ferenc, tenía 20. La ceremonia fue inmensa, alrededor de 4500 invitados. Ferenc adoptó mi apellido que era mucho más ilustre que el suyo, nos fuimos a vivir en el Castillo de Csejthe en compañía de mi suegra y de otros miembros de su familia.Mi esposo  pasaba mucho tiempo batallando en algunas  		guerras y se ganó el título de “Caballero Negro”. Disfrutaba   de las torturas que ejercía  a sus víctimas y eso a mí me encantaba. Intercambiábamos información sobre las maneras más apropiadas de castigar a los sirvientes.Estos recuerdos aprietan mi pecho, tengo frio, sin embargo,el sudor cae por mi frente, todo huele mal y quisiera  una de mis sirvientas para torturarla lentamente mientras lamo la sangre de su cuerpo. La vida en el castillo era bastante aburrida así que tuve que ir encontrando diversiones. Me rodeé de extraños sirvientes con los que practicaba experimentos y brujerías relacionados con la alquimia, una de ellas era una bruja llamada Dorkó y mi antigua nodriza Jó llona. Ellas comenzaron a aconsejarme sobre el uso de la sangre para evitar arrugas y manchas en la piel. En ese entonces disfrutaba martirizar a mis sirvientas; las desnudaba, cubría de miel y las dejaba en medio del jardín para deleite de los insectos, también las dejaba en el gélido invierno, afuera, mientras las congelaba con hielos hasta convertirlas en verdaderas estatuas. En 1585, 10 años después de nuestra boda nació nuestra primera hija, Anna. Después siguieron Úrsula, Katherina y finalmente en 1598 mi hijo Paul. La maternidad me llevó a un lado que yo no conocía, la ternura, y el amor puro, gustaba cuidar de ellos.Con el transcurrir del tiempo  yo temía a la vejez, convirtiéndose  en mi obsesión.El 4 de enero de 1604 mi “Caballero Negro” murió de una enfermedad repentina, yo tenía 44 años. Al saber que mi marido no estaría más, decidí echar del castillo a mi suegra y otros familiares de Ferenc. Un día, cuando una de mis sirvientas me peinaba, me jaló el cabello, reaccioné de inmediato, me di la vuelta para darle una bofetada, esto hizo que me salpique sangre de la herida que le provoqué.  Pude experimentar en ese mismo instante como la piel de mi mano en donde había caído la sangre, se ponía tersa, blanca y se limpiaba de cualquier mancha. Recordé las palabras de mi nodriza y de Dorkó. Ese mismo momento ordené  que la desnudaran y la degollaran para volcar su sangre en un balde. Me sentía fuera de mí, tal era mi excitación que  regué toda la sangre en mi cuerpo y la bebí con mis manos.Con la ayuda de mis brujas y Juan Ujváry, el mayordomo creamos un alucinante sarcófago al cual llamamos La Virgen de Hierro. Tenía forma de mujer en el que introducía a mis víctimas que sufrían el pinchazo de los múltiples clavos que recubrían su interior. Recuerdo a Pola, una de mis sirvientas, tenía 12 años, pobre, no soportó ser mi cómplice, huyó, y mis brujas me la trajeron de vuelta. La recibí vestida de blanco, le arrancamos la ropa, la encerramos en una jaula muy estrecha forrada de cuchillas del tamaño de un dedo pulgar, en la que apenas cabía a pesar de ser ella muy pequeña.Luego levantamos bruscamente la jaula con una polea y la  	hicimos balancear, de modo que las cuchillas la destrozaron lentamente. Fue un verdadero deleite.La fuente de la juventud estaba en la sangre de mujeres vírgenes, jóvenes y niñas.Durante más de diez años, salí en mi carruaje en búsqueda de mis presas. La atracción hacia las mujeres jóvenes se había vuelto infinita, les prometía una vida mejor, algunas eran fáciles de engañar, y las que no, tenía que drogarlas y las traía a la fuerza conmigo. Disfrutaba tanto de verlas agonizar lentamente mientras yo las mordía hasta la muerte. Fueron los años más felices de mi vida. A muchas de mis presas les di cristiana sepultura, acudía  a un pastor local para que lo hiciera, diciéndole que habían muerto por causas desconocidas. No sé cuántos cuerpos le llevé, pero fueron muchos.  Comenzó a dudar de mí y rechazó seguir recibiéndolas. Al principio, los cadáveres eran enterrados con esmero, 50 mujeres en el sótano, alrededor del castillo y en otros lugares secretos. Cómo también había restos, decidí convertir los muros de mi castillo en sarcófagos. Poco a poco dejamos de tener cuidado en dejar los cuerpos botados en los campos. ¡Cuánto extraño esa época!Los campesinos comenzaban  a dudar, no se hicieron esperar los rumores. Cada vez había menos mujeres en  los campos. Yo utilicé mi estatus social para mantenerme inmune. Sin embargo, por mi sed de sangre tuve que recurrir a chicas de la aristocracia, siendo este mi peor error.EL rey Matías comenzó una investigación. Envío a Thurzó, un primo mío con quien no nos llevábamos bien. No resistí, yo no contaba con un ejército que me defienda. Al atravesar los muros de Csejthe se encontraron frente a frente con la cantidad de cadáveres torturados, desangrados y olvidados. A mí me encontraron en medio de mi deleite en un baño de sangre.La sentencia se hizo pública el 17 de abril de 1611. Fui condenada a cadena perpetua. Mis cómplices fueron ejecutados. Ya son cuatro años en prisión. Emparedaron este hueco conmigo en mi propio castillo. No he vuelto a ver la luz, sigo sin entender que  hice mal. No tengo arrepentimiento alguno, solo eran sirvientas y cada quien cumple su destino, en el caso de las niñas aristócratas vinieron al mundo a servirme. Si sólo tuviera una copa de sangre para beber, todo sería diferente. Cada día me siento más débil. Creo que estamos en agosto, no sé. En todo caso sólo espero mi muerte, sin sangre no quiero vivir. Erzsébet
Carta Erzsébet Báthory

 

15 de Agosto de 1614 

Llevo casi cuatro años encerrada en esta ínfima prisión, sin entender porqué. Este agujero fue alguna vez mi suntuosa habitación. Casi no me dan de comer ni de beber, pero lo que más falta me hace es la sangre. Siento que me han quitado el aire, estoy muriendo. ¡Ya no lo soporto! 

Tengo 54 años, me siento anciana. En estos últimos años de encierro debo haber envejecido al menos veinte años. Era la sangre lo que me mantenía joven y hacía mi piel tersa y hermosa, aparte de darme vitalidad. 

Nací el 7 de agosto de 1560 en Byrbathor, Transilvania. Pertenezco a una de las familias más antiguas, poderosa y adineradas de este lugar. Mis padres, los condes Ana y Jorge Báthory, eran primos. Mi abuelo materno fue Esteban Báthory de Somlyó y mi tío materno fue Esteban I Báthory, príncipe de Transilvania y rey polaco entre 1575 y 1586. 

Hoy en día nada de eso tiene importancia. Me llamo Erzsébeth Báthory. Poco antes de cumplir 6 años recuerdo que me daban unos ataques extraños que me llevaban al piso a convulsionar. 

Fui educada con esmero, aprendí a leer y escribir, también, hablo húngaro latín y alemán. 

Recuerdo claramente la primera vez que presencié un homicidio, era niña, debo haber tenido unos 9 años más o menos. Estábamos con mi institutriz, escapé para mirar como ejecutaban a un gitano que por vender a su hijo a los turcos fue condenado a muerte. Los soldados abrieron el vientre de un caballo, introdujeron el hombre en su interior, cosieron la herida, dejando solo la cabeza del gitano por fuera, esto me produjo excitación y un deseo morboso de mirar como este hombre sufría y agonizaba lentamente. 

Cuando cumplí 11 años fui prometida a mi primo Ferenc Nádasby quien era un conde muy apuesto. A los doce pasé a residir en el castillo de mi prometido donde vivía mi suegra, Úrsula a quien yo odiaba. Para mis quince, el 8 de mayo de 1575, nos casamos. Ferenc, tenía 20. La ceremonia fue inmensa, alrededor de 4500 invitados. Ferenc adoptó mi apellido que era mucho más ilustre que el suyo, nos fuimos a vivir en el Castillo de Csejthe en compañía de mi suegra y de otros miembros de su familia. 

Mi esposo pasaba mucho tiempo batallando en algunas guerras y se ganó el título de “Caballero Negro”. Disfrutaba de las torturas que ejercía a sus víctimas y eso a mí me encantaba. Intercambiábamos información sobre las maneras más apropiadas de castigar a los sirvientes. 

Estos recuerdos aprietan mi pecho, tengo frio, sin embargo,el sudor cae por mi frente, todo huele mal y quisiera una de mis sirvientas para torturarla lentamente mientras lamo la sangre de su cuerpo.  

La vida en el castillo era bastante aburrida así que tuve que ir encontrando diversiones. Me rodeé de extraños sirvientes con los que practicaba experimentos y brujerías relacionados con la alquimia, una de ellas era una bruja llamada Dorkó y mi antigua nodriza Jó llona. Ellas comenzaron a aconsejarme sobre el uso de la sangre para evitar arrugas y manchas en la piel. En ese entonces disfrutaba martirizar a mis sirvientas; las desnudaba, cubría de miel y las dejaba en medio del jardín para deleite de los insectos, también las dejaba en el gélido invierno, afuera, mientras las congelaba con hielos hasta convertirlas en verdaderas estatuas.  

En 1585, 10 años después de nuestra boda nació nuestra primera hija, Anna. Después siguieron Úrsula, Katherina y finalmente en 1598 mi hijo Paul. La maternidad me llevó a un lado que yo no conocía, la ternura, y el amor puro, gustaba cuidar de ellos. 

Con el transcurrir del tiempo yo temía a la vejez, convirtiéndose en mi obsesión. 

El 4 de enero de 1604 mi “Caballero Negro” murió de una enfermedad repentina, yo tenía 44 años. Al saber que mi marido no estaría más, decidí echar del castillo a mi suegra y otros familiares de Ferenc. Un día, cuando una de mis sirvientas me peinaba, me jaló el cabello, reaccioné de inmediato, me di la vuelta para darle una bofetada, esto hizo que me salpique sangre de la herida que le provoqué. Pude experimentar en ese mismo instante como la piel de mi mano en donde había caído la sangre, se ponía tersa, blanca y se limpiaba de cualquier mancha. Recordé las palabras de mi nodriza y de Dorkó. Ese mismo momento ordené que la desnudaran y la degollaran para volcar su sangre en un balde. Me sentía fuera de mí, tal era mi excitación que regué toda la sangre en mi cuerpo y la bebí con mis manos. 

Con la ayuda de mis brujas y Juan Ujváry, el mayordomo creamos un alucinante sarcófago al cual llamamos La Virgen de Hierro. Tenía forma de mujer en el que introducía a mis víctimas que sufrían el pinchazo de los múltiples clavos que recubrían su interior.  

Recuerdo a Pola, una de mis sirvientas, tenía 12 años, pobre, no soportó ser mi cómplice, huyó, y mis brujas me la trajeron de vuelta. La recibí vestida de blanco, le arrancamos la ropa, la encerramos en una jaula muy estrecha forrada de cuchillas del tamaño de un dedo pulgar, en la que apenas cabía a pesar de ser ella muy pequeña.Luego levantamos bruscamente la jaula con una polea y la hicimos balancear, de modo que las cuchillas la destrozaron lentamente. Fue un verdadero deleite. 

La fuente de la juventud estaba en la sangre de mujeres vírgenes, jóvenes y niñas. 

Durante más de diez años, salí en mi carruaje en búsqueda de mis presas. La atracción hacia las mujeres jóvenes se había vuelto infinita, les prometía una vida mejor, algunas eran fáciles de engañar, y las que no, tenía que drogarlas y las traía a la fuerza conmigo. Disfrutaba tanto de verlas agonizar lentamente mientras yo las mordía hasta la muerte. Fueron los años más felices de mi vida. A muchas de mis presas les di cristiana sepultura, acudía a un pastor local para que lo hiciera, diciéndole que habían muerto por causas desconocidas. No sé cuántos cuerpos le llevé, pero fueron muchos. Comenzó a dudar de mí y rechazó seguir recibiéndolas.  

Al principio, los cadáveres eran enterrados con esmero, 50 mujeres en el sótano, alrededor del castillo y en otros lugares secretos. Cómo también había restos, decidí convertir los muros de mi castillo en sarcófagos. Poco a poco dejamos de tener cuidado en dejar los cuerpos botados en los campos. ¡Cuánto extraño esa época! 

Los campesinos comenzaban a dudar, no se hicieron esperar los rumores. Cada vez había menos mujeres en los campos. Yo utilicé mi estatus social para mantenerme inmune. Sin embargo, por mi sed de sangre tuve que recurrir a chicas de la aristocracia, siendo este mi peor error. 

EL rey Matías comenzó una investigación. Envío a Thurzó, un primo mío con quien no nos llevábamos bien. No resistí, yo no contaba con un ejército que me defienda. Al atravesar los muros de Csejthe se encontraron frente a frente con la cantidad de cadáveres torturados, desangrados y olvidados. A mí me encontraron en medio de mi deleite en un baño de sangre. 

La sentencia se hizo pública el 17 de abril de 1611. Fui condenada a cadena perpetua. Mis cómplices fueron ejecutados. Ya son cuatro años en prisión. Emparedaron este hueco conmigo en mi propio castillo. No he vuelto a ver la luz, sigo sin entender que hice mal. No tengo arrepentimiento alguno, solo eran sirvientas y cada quien cumple su destino, en el caso de las niñas aristócratas vinieron al mundo a servirme. Si sólo tuviera una copa de sangre para beber, todo sería diferente. Cada día me siento más débil. Creo que estamos en agosto, no sé. En todo caso sólo espero mi muerte, sin sangre no quiero vivir.  

Erzsébet