Fine Art Galleries: Your Majesty The Queen: Carta Cristina de Suecia

                                                                      2 de abril de 1689En mi vida, el modelo a imitar fue Alejandro Magno, la frase que me marcó y que la seguí siempre fue: “Me gustaría destacar por encima de todos por mi sabiduría, más que por la extensión de mis dominios.”Fui incomprendida y resentida por muchos, sin embargo, nunca dudé de mis decisiones. Nací el 8 de diciembre de 1626 en Estocolmo. Fui rechazada por mi madre al nacer, debido a que  ella quiso darle a mi padre un varón. Irónicamente él me recibió con amor y me aceptó, tanto así que antes de morir me confirmó como su heredera con todos los derechos a la corona. Mi padre fue Gustavo Adolfo II, rey de Suecia,  me amó y sufrí su muerte antes de cumplir seis años. Mi madre, María Leonor de Brandeburgo procedía de la importante dinastía alemana de los Hohenzollern. Con ella mantuvimos una relación muy difícil.Fui protestante de nacimiento y educación, religión escogida por el gobierno sueco.Al morir mi padre en 1632, me conviertí en reina con apenas cinco años de edad. El canciller Oxenstierna pasó a gobernar como regente y a participar activamente de mi educación para formarme para el trono. Por razones de estado fui separada de mi madre y puesta al cuidado de mi tía Catalina, hermana de mi padre. Pasé un par de años junto a mi primo Carlos Gustavo quien más tarde se convertiría en rey, poco tiempo después regresé al cuidado de mi madre ya que mi tía Catalina había muerto. La relación con mi progenitora era complicada así que pasé al cuidado de la hermana del canciller Oxenstierna. A los 13 años dejé de ver a mi madre hasta el día de mi coronación.Desde niña fui de contextura gruesa y bajita, en ocasiones  me confundían con un niño,  no me molestaba.Dentro de mi educación aprendí asuntos de Estado y política. El obispo Mattiae Gothus, fue jefe de estudios me instruyó en idiomas, filosofía, historia, geografía, teología, astronomía y matemáticas.Además de sueco hablo alemán, latín, francés, italiano, español, holandés y algo de hebreo. Siempre he tenido sed por aprender, también me interesan las artes lo cual impulsé mucho durante mi reinado.Mi temperamento siempre ha sido fuerte y firme. Mi voz ronca a veces asustaba. Me encanta la equitación, la caza y la esgrima y muchas veces me sentí más cómoda vistiendo ropajes de hombre, son más cómodos, simples, especialmente los pantalones. Fui una de las primeras mujeres en vestir abiertamente la vestimenta tradicional masculina, para ser sincera las joyas y los vestidos no me han interesado.Cumplidos mis 18 años asumí el cargo de soberana, reemplazando gradualmente al canciller Oxenstierna. En 1648, a pesar de nuestras diferencias firmé el tratado de paz que ponía fin a la Guerra de los 30 años. Fui juzgada por algunos ya que el país quedaba afectado  económicamente.  Debido a la guerra no se pudo hacer mi coronación, así que apenas el 17 de octubre de 1650 se la llevó a cabo. Nombré a mi primo Carlos Gustavo como mi sucesor.Durante mi reinado atraje a muchos notables intelectuales europeos, ofreciéndoles mi apoyo y patrocinio. El filósofo francés René Descartes llegó a Estocolmo, habíamos mantenido correspondencia durante hace algún tiempo, un hombre brillante. Me  apenó mucho su partida de este mundo apenas unos meses después de su llegada a Suecia. Adquirí obra importante de algunos pintores famosos, como el díptico de Durero, Adán y Eva. Llegó el día en que se lo regalé a Felipe IV de España.Me apodaron como La Minerva del Norte. Abrí nuestro país a la cultura de una forma impresionante. Recibí a filólogos, anticuarios, bibliotecarios, poetas, historiadores y otros. Además, apoyé el desarrollo del ballet y el teatro. Traje a Antonio Brunati quien construyó en el castillo un escenario con escenografías móviles llamada la Grande Salle des Machines. Evidentemente todo esto implicó una gran suma de dinero.El contacto tan intenso que tenía con los diferentes pensamientos culturales hizo que me cuestionara en mis creencias más íntimas. Me preguntaba cuan válido era el protestantismo, religión oficial de Suecia, cuando me presionaban a tener un marido y de esa manera descendencia. No me interesaba el matrimonio y tampoco desée tener hijos, por otra parte, en el catolicismo en cambio admiraba el celibato y defendí mi derecho a mantenerme célibe. Esto porque sentía un llamado interior que me llevaba a la búsqueda de algo más profundo del alma y menos terrenal como reinar. En 1654, a mis 27 años tomé una de las decisiones más difíciles de mi vida; anuncié al Consejo del reino mi decisión de abdicar, esta decisión era mi búsqueda de libertad. El 6 de junio de 1654, en el castillo de Upsala me despedí de lo que había sido mi vida hasta entonces, entregué mi corona a mi primo Carlos Gustavo X y con el pecho atorado y mi corazón disminuido me despedí de todos.No me iré de este mundo sin mencionar a Ebba Sparre, conocida como la bella condesa, realmente lo era. Nos hicimos muy amigas, pasábamos juntas el tiempo libre. En un punto nos convertimos en amantes y yo no tenía por qué esconderlo, de hecho la presenté al embajador inglés Whitelocke como mi compañera de cama. La belleza de Ebba no era solo física, contaba con  un intelecto maravilloso. Despedirme de ella fue muy doloroso, siempre  sería mi amante. Cuando me marché mantuvimos correspondencia hasta su muerte, unos años más tarde.Dediqué mi tiempo a viajar por Europa y reflexionar.  Pasé por Nyköping para despedirme de mi madre quien murió un año después. Al llegar a  Roma tomé la segunda decisión mas difícil de mi vida; convertirme al catolicismo. Primero fue en privado, estando bajo la protección de Felipe IV. Después de un tiempo lo anuncié públicamente. La noticia fue recibida en Suecia, así como en otros reinos protestantes, con asombro y hasta decepción, pues resultaba extraño que la hija del León del Norte - Gustavo II Adolfo -, el paladín del protestantismo hubiera abandonado su fe por la del enemigo. ¡La eterna guerra entre las religiones!En mi camino a Roma paré por la antigua universidad, el Santuario de la Santa Casa (en Ancona), donde doné una corona de doce diamantes y cuatro rubíes a la Virgen, y  fui a Asís, la cuna de San Francisco. Durante los siguientes diez años me instalé en Roma. Para asesorarme y guiarme en mi nuevo ambiente, el Papa Alejandro VII designó al Cardenal Decio Azzolini. ÉL se convertiría en una pieza importantísima. Dediqué mi vida al fomento de las artes, fundé la Academia Real, abrí teatros y apoyé económicamente el trabajo de grandes artistas como Bernini. Gocé de años de prestigio en los que la vida en Roma se convirtió en una serie de fiestas y eventos sociales en donde yo era la protagonista. Eventualmente esto molestó al Vaticano, pues el nuevo Papa, Inocencio XI era muy conservador. No fui de su agrado y me tuve que marchar por un tiempo. Felipe IV me retiró su protección. Mi situación económica se vio muy afectada.Decio Azzolini siempre estuvo a mi lado. Sirvió de portavoz en las diferencias entre el Papa Inocencio y yo. Decio era un hombre brillante y carismático. Nuestras conversaciones siempre fueron un deleite. Compartimos los mismos intereses, amamos la cultura, fue así comoe me enamoré de él y me ilusioné. En reiteradas oportunidades  le declaré mi amor al cual él lo tomó como una profunda amistad, y no era por la Iglesia, simplemente él no se enamoró de mí. Nunca fui muy congraciada y peor con los años encima.Al volver en dos ocasiones a Suecia,  no fui bien recibida. Mi país consideraba que yo les había traicionado. Al tratar de  volver a la corte, tampoco conseguí un resultado favorable, a pesar de que mi primo Carlos Gustavo había muerto súbitamente.En los años que siguieron, tanto mi economía como mi salud sufrieron paralelamente. El compromiso que Suecia tenía conmigo para hacerme llegar mis ingresos se vio mermado por el estado de guerra de mi país.Regresé a Roma, esta vez con otra realidad mucho más austera. Me he dedicado a escribir. Decio me acompaña mucho, siempre está presente y lo agradezco de corazón, ha demostrado ser  un amigo fiel.Es 1689, estos últimos meses han sido agotadores, no me he sentido nada bien. Me cuentan que el 13 de febrero he sufrido un desmayo y esto se ha repetido tres días después. Me han sugerido que reciba la extremaunción, lo cual he aceptado con calma. Le he escrito al Papa Inocencio pidiéndole perdón por nuestras diferencias, él me  ha dado la absolución. También, he escrito mi testamento en el cual dejo mis bienes a Decio quien también está enfermo como yo.Es abril, deseo ser amortajada de blanco y sepultada en el Panteón de Agripa. No quiero que mis restos sean expuestos, no quiero nada que muestre vanidad. Mi epitafio en mi tumba quiero que sea tallado en una piedra sencilla, solo con la inscripción “D.O.M. Vixit Christina anos LXIII” (Deo Optimo Maximo. Vivió Cristina 63 años).Cristina
Carta Cristina de Suecia

 

2 de abril de 1689 

En mi vida, el modelo a imitar fue Alejandro Magno, la frase que me marcó y que la seguí siempre fue: “Me gustaría destacar por encima de todos por mi sabiduría, más que por la extensión de mis dominios.” 

Fui incomprendida y resentida por muchos, sin embargo, nunca dudé de mis decisiones.  

Nací el 8 de diciembre de 1626 en Estocolmo. Fui rechazada por mi madre al nacer, debido a que ella quiso darle a mi padre un varón. Irónicamente él me recibió con amor y me aceptó, tanto así que antes de morir me confirmó como su heredera con todos los derechos a la corona. Mi padre fue Gustavo Adolfo II, rey de Suecia, me amó y sufrí su muerte antes de cumplir seis años. Mi madre, María Leonor de Brandeburgo procedía de la importante dinastía alemana de los Hohenzollern. Con ella mantuvimos una relación muy difícil. 

Fui protestante de nacimiento y educación, religión escogida por el gobierno sueco. 

Al morir mi padre en 1632, me conviertí en reina con apenas cinco años de edad. El canciller Oxenstierna pasó a gobernar como regente y a participar activamente de mi educación para formarme para el trono. Por razones de estado fui separada de mi madre y puesta al cuidado de mi tía Catalina, hermana de mi padre. Pasé un par de años junto a mi primo Carlos Gustavo quien más tarde se convertiría en rey, poco tiempo después regresé al cuidado de mi madre ya que mi tía Catalina había muerto.  

La relación con mi progenitora era complicada así que pasé al cuidado de la hermana del canciller Oxenstierna. A los 13 años dejé de ver a mi madre hasta el día de mi coronación. 

Desde niña fui de contextura gruesa y bajita, en ocasiones me confundían con un niño, no me molestaba. 

Dentro de mi educación aprendí asuntos de Estado y política. El obispo Mattiae Gothus, fue jefe de estudios me instruyó en idiomas, filosofía, historia, geografía, teología, astronomía y matemáticas. 

Además de sueco hablo alemán, latín, francés, italiano, español, holandés y algo de hebreo. Siempre he tenido sed por aprender, también me interesan las artes lo cual impulsé mucho durante mi reinado. 

Mi temperamento siempre ha sido fuerte y firme. Mi voz ronca a veces asustaba. Me encanta la equitación, la caza y la esgrima y muchas veces me sentí más cómoda vistiendo ropajes de hombre, son más cómodos, simples, especialmente los pantalones. Fui una de las primeras mujeres en vestir abiertamente la vestimenta tradicional masculina, para ser sincera las joyas y los vestidos no me han interesado. 

Cumplidos mis 18 años asumí el cargo de soberana, reemplazando gradualmente al canciller Oxenstierna. En 1648, a pesar de nuestras diferencias firmé el tratado de paz que ponía fin a la Guerra de los 30 años. Fui juzgada por algunos ya que el país quedaba afectado económicamente. Debido a la guerra no se pudo hacer mi coronación, así que apenas el 17 de octubre de 1650 se la llevó a cabo. Nombré a mi primo Carlos Gustavo como mi sucesor. 

Durante mi reinado atraje a muchos notables intelectuales europeos, ofreciéndoles mi apoyo y patrocinio. El filósofo francés René Descartes llegó a Estocolmo, habíamos mantenido correspondencia durante hace algún tiempo, un hombre brillante. Me apenó mucho su partida de este mundo apenas unos meses después de su llegada a Suecia. Adquirí obra importante de algunos pintores famosos, como el díptico de Durero, Adán y Eva. Llegó el día en que se lo regalé a Felipe IV de España. 

Me apodaron como La Minerva del Norte. Abrí nuestro país a la cultura de una forma impresionante. Recibí a filólogos, anticuarios, bibliotecarios, poetas, historiadores y otros. Además, apoyé el desarrollo del ballet y el teatro. Traje a Antonio Brunati quien construyó en el castillo un escenario con escenografías móviles llamada la Grande Salle des Machines. Evidentemente todo esto implicó una gran suma de dinero. 

El contacto tan intenso que tenía con los diferentes pensamientos culturales hizo que me cuestionara en mis creencias más íntimas. Me preguntaba cuan válido era el protestantismo, religión oficial de Suecia, cuando me presionaban a tener un marido y de esa manera descendencia. No me interesaba el matrimonio y tampoco desée tener hijos, por otra parte, en el catolicismo en cambio admiraba el celibato y defendí mi derecho a mantenerme célibe. Esto porque sentía un llamado interior que me llevaba a la búsqueda de algo más profundo del alma y menos terrenal como reinar.  

En 1654, a mis 27 años tomé una de las decisiones más difíciles de mi vida; anuncié al Consejo del reino mi decisión de abdicar, esta decisión era mi búsqueda de libertad.  

El 6 de junio de 1654, en el castillo de Upsala me despedí de lo que había sido mi vida hasta entonces, entregué mi corona a mi primo Carlos Gustavo X y con el pecho atorado y mi corazón disminuido me despedí de todos. 

No me iré de este mundo sin mencionar a Ebba Sparre, conocida como la bella condesa, realmente lo era. Nos hicimos muy amigas, pasábamos juntas el tiempo libre. En un punto nos convertimos en amantes y yo no tenía por qué esconderlo, de hecho la presenté al embajador inglés Whitelocke como mi compañera de cama. La belleza de Ebba no era solo física, contaba con un intelecto maravilloso.  

Despedirme de ella fue muy doloroso, siempre sería mi amante. Cuando me marché mantuvimos correspondencia hasta su muerte, unos años más tarde. 

Dediqué mi tiempo a viajar por Europa y reflexionar. Pasé por Nyköping para despedirme de mi madre quien murió un año después. Al llegar a Roma tomé la segunda decisión mas difícil de mi vida; convertirme al catolicismo. Primero fue en privado, estando bajo la protección de Felipe IV. Después de un tiempo lo anuncié públicamente.  

La noticia fue recibida en Suecia, así como en otros reinos protestantes, con asombro y hasta decepción, pues resultaba extraño que la hija del León del Norte - Gustavo II Adolfo -, el paladín del protestantismo hubiera abandonado su fe por la del enemigo. ¡La eterna guerra entre las religiones! 

En mi camino a Roma paré por la antigua universidad, el Santuario de la Santa Casa (en Ancona), donde doné una corona de doce diamantes y cuatro rubíes a la Virgen, y fui a Asís, la cuna de San Francisco.  

Durante los siguientes diez años me instalé en Roma. Para asesorarme y guiarme en mi nuevo ambiente, el Papa Alejandro VII designó al Cardenal Decio Azzolini. ÉL se convertiría en una pieza importantísima. Dediqué mi vida al fomento de las artes, fundé la Academia Real, abrí teatros y apoyé económicamente el trabajo de grandes artistas como Bernini. Gocé de años de prestigio en los que la vida en Roma se convirtió en una serie de fiestas y eventos sociales en donde yo era la protagonista. Eventualmente esto molestó al Vaticano, pues el nuevo Papa, Inocencio XI era muy conservador. No fui de su agrado y me tuve que marchar por un tiempo. Felipe IV me retiró su protección. Mi situación económica se vio muy afectada. 

Decio Azzolini siempre estuvo a mi lado. Sirvió de portavoz en las diferencias entre el Papa Inocencio y yo. Decio era un hombre brillante y carismático. Nuestras conversaciones siempre fueron un deleite. Compartimos los mismos intereses, amamos la cultura, fue así comoe me enamoré de él y me ilusioné. En reiteradas oportunidades le declaré mi amor al cual él lo tomó como una profunda amistad, y no era por la Iglesia, simplemente él no se enamoró de mí. Nunca fui muy congraciada y peor con los años encima. 

Al volver en dos ocasiones a Suecia, no fui bien recibida. Mi país consideraba que yo les había traicionado. Al tratar de volver a la corte, tampoco conseguí un resultado favorable, a pesar de que mi primo Carlos Gustavo había muerto súbitamente. 

En los años que siguieron, tanto mi economía como mi salud sufrieron paralelamente. El compromiso que Suecia tenía conmigo para hacerme llegar mis ingresos se vio mermado por el estado de guerra de mi país. 

Regresé a Roma, esta vez con otra realidad mucho más austera. Me he dedicado a escribir. Decio me acompaña mucho, siempre está presente y lo agradezco de corazón, ha demostrado ser un amigo fiel. 

Es 1689, estos últimos meses han sido agotadores, no me he sentido nada bien. Me cuentan que el 13 de febrero he sufrido un desmayo y esto se ha repetido tres días después. Me han sugerido que reciba la extremaunción, lo cual he aceptado con calma. Le he escrito al Papa Inocencio pidiéndole perdón por nuestras diferencias, él me ha dado la absolución.  

También, he escrito mi testamento en el cual dejo mis bienes a Decio quien también está enfermo como yo. 

Es abril, deseo ser amortajada de blanco y sepultada en el Panteón de Agripa. No quiero que mis restos sean expuestos, no quiero nada que muestre vanidad. Mi epitafio en mi tumba quiero que sea tallado en una piedra sencilla, solo con la inscripción “D.O.M. Vixit Christina anos LXIII” (Deo Optimo Maximo. Vivió Cristina 63 años). 

Cristina